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Paseo al desierto

  • Yess.
  • 14 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

Esta semana mis compañeras escritoras han estado supremamente románticas, al parecer el amor las volvió cursis; pero esto es genial porque les ha permitido ver el mismo mundo de dos maneras totalmente distintas.


ilustración de Agustina Guerrero

De cierta manera me sentí obligada a escribir con respecto a algo similar, pero… no me siento del todo segura; no porque no esté enamorada -porque aquí entre nos, soy la que más escupo corazones- sino porque lo que hoy quiero contarles es un evento que me ocurrió cuando apenas comenzaba a conocer esa persona. ¡Un paseo al desierto que nunca olvidaré!


Llevábamos quince días aproximadamente de haber comenzado a salir y aunque habíamos hablado bastante y el proceso de conocernos avanzaba cada vez mejor, aún no había la confianza suficiente para muchas cosas. Él simplemente me preguntó un día, --- ¿Vamos al desierto?; y sin pensarlo contesté que sí.


Después de medio día ya estábamos todos listos para salir, “mi amigo” en ese entonces, y otro amigo de él, con su pareja, cada uno en una moto, la otra pareja nos alcanzaría con la cena al entrar la noche. Como lo mencioné en mi post anterior, viajar siempre es genial _así sea un viaje corto_, se puede disfrutar del paisaje, de la brisa, de los animales, de la compañía, de las conversaciones, etc. Y como en este caso íbamos a campar, podíamos disfrutar de cosas como la fogata, malvaviscos, un poco de música y demás.

Cuando llegamos al desierto de la Tatacoa, que queda a 35 kilómetros de Neiva aproximadamente, lo primero que hicimos fue buscar un lugar adecuado para instalar las carpas y un poco retirado para evadir el pago por derecho estar allí. Las niñas cuidábamos el lugar mientras los niños conseguían leña, para luego poder realizar la tradicional fogata, asar los malvaviscos, escuchar la musicalidad de la guitarra y un par de voces con sus canciones favoritas.


Ya era un poco tarde y el hambre comenzaba a poner a prueba el genio de cada uno de los que estábamos allí, quienes habían quedado encargados de llevar la comida no aparecían y no teníamos dinero para comprar cosas mientras tanto. Entre todos reunimos como diez mil pesos, lo cual no alcanzó para mucho en el desierto, -allá todo es súper caro- nos tocó como de a media salchicha a cada uno.


El viento y el hambre eran desesperantes, luego de la resignación y tipo 12 de la noche llegó la cena, ¡se sentía como la gloria!, luego de eso comenzó a llover. Sí. Ya sé que les dije que estaba en el desierto, y ustedes saben que allá casi nunca llueve, pero esa noche fue la excepción; mi carpa era pequeña y por culpa de viento se partió uno de los palos que la sostienen, ahí quedó más pequeña. Era difícil comprobar si llovía más dentro o fuera de la carpa. Nos dijimos: Una mala noche se pasa en cualquier parte y pasamos la noche mojándonos. Al otro día, solo queríamos regresar a casa a bañarnos y comer un poco.


Como a las 8 de la mañana salimos del desierto, y la moto que iba adelante patinó en el barro que había dejado la lluvia y cayó al suelo. Los que íbamos atrás no hacíamos otra cosa que mirar, ahí comprendimos que estábamos encerrados en medio del lodo y que salir de allí no iba a ser tan fácil. Unos a pie con los bolsos, y otros intentando mover los vehículos, en medio del barro, caídas, motos atascadas, más la desesperación, el hambre (nuevamente) y el calor logramos salir de allí a medio día con el barro “hasta la coronilla.


No tuvimos más que reírnos de todo lo que nos había pasado en ese paseo, pero seguramente fue una experiencia inolvidable. Al regreso, en una quebrada nos bañamos para relajarnos un poco y quitarnos el barro; el resto solo fue llegar nuevamente a casa.


¿Alguna vez han tenido paseos inolvidables, ya sea por exceso de felicidad, estrés, desesperación o algún otro sentimiento parecido? Sin importar lo que pase lo que nos queda en la vida son las experiencias, lo vivido y lo amado. ¡feliz resto de día para todos!



 
 
 

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