Hoy florecen mis plantas

Nací en el campo, viví allí por 17 años. Todo lo que me rodeaba era verde, o con frutas, o con flores. Regaba las plantas en las mañanas en que no llovía, al mismo tiempo aprovechaba para jugar con el agua. A veces no quería hacerlo, sobre todo cuando mi mamá me decía que lo hiciera.

A veces sembraba plantas, lo que llaman trasplantar. Traía tierra, la amontonaba, la ponía en materas improvisadas -ollas viejas, tarros de aceite de cocina cortados por la mitad -, arrancaba los ‘piecitos’ de las plantas mayores y las sembraba. Continuaba poniéndoles agua, crecían y se convertían en lo que eran o fueron sus antepasadas. Las favoritas eran los Novios, los había con flores rojas, blancas, fucsia, rosadas, entre otras tantas. También había Geráneos, que son iguales, pero para colgar.

Ya en la ciudad, no hubo plantas, o quizás sí, pero no eran mías, ni de mi mamá. Intenté más de una vez traerlas de campo. Morían. Intenté más de una vez comprarlas en viveros. Morían. Decidí no tenerlas más.

Luego, volvía a intentarlo, sobrevivían por un tiempo, y de acuerdo a mis estados de ánimo vivían o morían, o florecían, o no florecían. Y así… por mucho tiempo. Cabe mencionar que cuando volvía al campo, así fuera por unos días, plantaba algunas. Eliconias, crotos, y otras que no sé cómo se llaman.

Pero hoy, luego de casi siete años, al estar en un lugar en que me siento tranquila, lo intenté nuevamente. Vivieron. Continúan vivas. Son varias, no una ni dos, quizá diez o más. unas con flor, otras sin flor. A veces muere alguna, pero resucitan otras. Me sostienen cuando no estoy tan fuerte, me adornan cuando estoy opaca, resisten y se sostienen cuando apenas para mí alcanzo. Con ellas he vuelvo a traer memorias sobre mí, y he vuelto a amarlas. Y ellas a mí.